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Antonio Roldán

Vida y obra

Poetas afines

 

Poetas afines

Con este título deseamos recoger breves antologías de poetas que, o bien fueron inspiradores de la obra de Antonio Roldán, o bien han escrito con estilo o temática similares. En el primer caso se incluirán los poemas que más apreciaba Antonio.

No se pretende un catálogo exhaustivo, y la mezcla entre poetas consagrados y aficionados dotará a esta sección de un espíritu abierto. en el que tendrán cabida todos los esfuerzos de quienes han deseado abrir sus sentimientos a los demás a través de la poesía.

 

 

Sus maestros

 

Federico García Lorca
 

Rafael de León
 
José Carlos de Luna
 
José María Gabriel y Galán
 
José María Pemán
 
Joaquín y Serafín Álvarez Quintero
 
José Hernandez
 
Juan Zorrilla De San Martín
 
 

Poetas afines

 

Antonio Manjón-Cabeza Sánchez
 
Juan Soca
 
África Pedraza
 
Frasquito Espada
 
Antonio Alcalá Venceslada
 
José Luis Palma Gámiz
 
José Garzón Durán
 

 

 

Federico García Lorca

El poeta preferido por toda la familia de Antonio Roldán.
Nos llegamos a aprender muchos de sus poemas de memoria,
y Antonio lo recitaba en el patio en las noches de verano.

 

 La casada infiel


Y que yo me la llevé al río 
creyendo que era mozuela, 
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago 
y casi por compromiso. 
Se apagaron los faroles 
y se encendieron los grillos. 
En las últimas esquinas 
toqué sus pechos dormidos, 
y se me abrieron de pronto 
como ramos de jacintos. 
El almidón de su enagua 
me sonaba en el oído, 
como una pieza de seda 
rasgada por diez cuchillos. 
Sin luz de plata en sus copas 
los árboles han crecido, 
y un horizonte de perros 
ladra muy lejos del río.
            *
Pasadas las zarzamoras, 
los juncos y los espinos, 
bajo su mata de pelo 
hice un hoyo sobre el limo. 
Yo me quité la corbata. 
Ella se quitó el vestido. 
Yo el cinturón con revólver. 
Ella sus cuatro corpiños. 
Ni nardos ni caracolas 
tienen el cutis tan fino, 
ni los cristales con luna 
relumbran con ese brillo. 
Sus muslos se me escapaban 
como peces sorprendidos, 
la mitad llenos de lumbre, 
la mitad llenos de frío. 
Aquella noche corrí 
el mejor de los caminos, 
montado en potra de nácar 
sin bridas y sin estribos. 
No quiero decir, por hombre, 
las cosas que ella me dijo. 
La luz del entendimiento 
me hace ser muy comedido. 
Sucia de besos y arena 
yo me la llevé del río. 
Con el aire se batían 
las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy. 
Como un gitano legítimo. 
Le regalé un costurero 
grande de raso pajizo, 
y no quise enamorarme 
porque teniendo marido 
me dijo que era mozuela 
cuando la llevaba al río.

 

Romance de la luna


La luna vino a la fragua 
con su polisón de nardos. 
El niño la mira mira. 
El niño la está mirando.
En el aire conmovido 
mueve la luna sus brazos 
y enseña, lúbrica y pura, 
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna. 
Si vinieran los gitanos, 
harían con tu corazón 
collares y anillos blancos.
Niño déjame que baile. 
Cuando vengan los gitanos, 
te encontrarán sobre el yunque 
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna, 
que ya siento sus caballos. 
Niño déjame, no pises, 
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba 
tocando el tambor del llano. 
Dentro de la fragua el niño, 
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían, 
bronce y sueño, los gitanos. 
Las cabezas levantadas 
y los ojos entornados.
¡Cómo canta la zumaya, 
ay como canta en el árbol! 
Por el cielo va la luna 
con el niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran, 
dando gritos, los gitanos. 
El aire la vela, vela. 
el aire la está velando.
 



 

 

 

Rafael de León

En las antologías, escritas a máquina, que manejaba el poeta,
siempre había algún romance de Rafael de León.
Le gustaba de forma especial el de "Pena y alegría del amor"

 

 

Pena y Alegría del Amor

Mira cómo se me pone
la piel, cuando te recuerdo...


Por la garganta me sube
un río de sangre fresco,
de la herida que atraviesa,
de parte a parte mi cuerpo.
Tengo clavos en las manos,
y cuchillos en los dedos,
y en mi sien, una corona
hecha de alfileres negros.


Mira cómo se me pone
la piel ca vez que me acuerdo
que soy un hombre casao
¡y sin embargo, te quiero!


Entre tu casa y mi casa
hay un muro de silencio;
de ortigas y de chumberas,
de cal de arenas y de viento,
de madreselvas oscuras
y de vidrios en acecho.
Un muro para que nunca
lo pueda saltar el pueblo,
que anda rondando la llave
que guarda nuestro secreto.
Y yo bien sé que me quieres,
y tú sabes que te quiero,
y lo sabemos los dos,
y nadie puede saberlo...


¡Ay, pena, penita, pena
de nuestro amor en silencio!
¡Ay, qué alegría, alegría
quererte como te quiero!


Cuando por la noche a solas,
me quedo con tu recuerdo,
derribaría la pared
que separa nuestro sueño.
Rompería con mis manos
de tu cancela los hierros
con tal de verme a tu vera,
tormento de mis tormentos,
y te estaría besando
hasta quitarte el aliento.
Y luego... ¡qué se me da
quedarme en tus brazos, muerto!...


¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!
Nuestro amor es agonía,
luto, angustia, llanto, miedo,
muerte, pena, sangre, vida,
luna, rosa, sol y viento.
Es morirse a cada paso
y seguir viviendo, luego,
con una espada de punta
siempre pendiente del techo.


Salgo de mi casa al campo
sólo con tu pensamiento,
por acariciar a solas
la tela de aquel pañuelo
que se te cayó un domingo
cuando venías del pueblo,
y que no te he dicho nunca,
mi vida, que yo lo tengo;
y lo estrujo entre mis manos
lo mismo que un limón nuevo,
y miro tus iniciales,
y las repito en silencio
para que ni el campo sepa
lo que yo te estoy queriendo...

 

Ayer, en la Plaza Nueva,
- vida, no vuelvas a hacerlo-
te vi besar a mi niño,
a mi niño, el más pequeño,
y cómo lo besarías,
¡ay, Virgen de los Remedios!
que fue la primera vez
que a mí distes un beso.
Llegué corriendo a mi casa 
alcé mi niño del suelo
y, sin que nadie me viera,
como un ladrón en acecho,
en su cara de amapola
mordió mi boca tu beso,


¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!


Mira: pase lo que pase,
aunque se hunda el firmamento,
aunque tu nombre y el mío

lo pisoteen por el suelo,
y aunque la tierra se abra,
aun cuando lo sepa el pueblo
y pongan nuestra bandera
de amor a los cuatro vientos,
¡sígueme queriendo así
tormento de mis tormentos!


¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!
 

 



 

 

 

 

José Carlos de Luna

Autor del "Piyayo", poesía muy apreciada por Antonio Roldán.

 
   EL PIYAYO


¿Tú conoces al “piyayo”:
un viejecillo renegro, reseco y chicuelo;
la mirada de gallo
pendenciero
y hocico de raposo
tiñoso...
que pide limosna por “tangos”
y maldice cantando “fandangos”
gangosos?
 
¡a chufla lo toma la gente
y a mi me da pena
y me causa un respeto imponente!
 
Ata a su cuerpo una guitarra,
Que chilla como una corneja
Y zumba como una chicharra
Y tiene arrumacos de vieja
Pelleja.
Yo le he visto cantando,
Babeando
De rabia y de vino,
Bailando
Con saltos felinos
Tocando a zarpazos,.
Los acordes de un viejo ”tangazo”
Y, a sus contorsiones de ardilla,
Hace son con la sucia calderilla.
 
¡ a chufla lo toma la gente
y a mi me da pena
y me causa un respeto imponente!
 
Es su extraño arte
su cepo y su cruz,
su vida y su luz,
su tabaco y su aguardientillo...
y su pan y el de sus nietecillos:
“churumbeles” con greñas de alambre
y panzas de sapos.
Que aullan de hambre
Tiritando bajo los harapos;
Sin madre que lave su roña;

Sin padre que “afane”
Porque pena una muerte en Santoña;
Sin mas sombra que la del abuelo...
¡poca sombra, porque es tan chicuelo;
en el altozano
tiene un cuchitril
¡a las vigas alcanza la mano;
y por lumbre y por luz, un candil.
Vacía sus alforjas
Que son sus bolsillos,
Bostezando los siete chiquillos,
Se agrupan riendo.
Y entre carantoñas les va repartiendo
Pan y pescao frito,
Con la parsimonia de un antiguo rito:
¡chavales!
¡pan de flor de harina!
Mascarlo despasio.
Mejo pan no se come en palasio.
Y este pescaito, ¡no es na?
¡sacao uno a uno del fondo del má!
¡gloria pura él!
Las espinas se comen tamié,
Que to es alimento...
Asi....despasito.
¡no llores, Manuela!
Tu no pués, porque no tiés muelas.
¡es tan chiquitita
mi niña bonita!..
así, despasito.
Muy remascaito,
Migaja a migaja, que dure,
Le van dando fin
A los cinco reales que costo el festín.
Luego entre guiñapos durmiendo,
Por matar el frío, muy apiñaditos.
La Virgen María contempla al “piyayo”
Riendo
Y hay un Angel rubio que besa la frente
De cada gitano chiquito.
 
¡a chufla lo toma la gente!...
y a mi me da pena
y me causa un respeto imponente!


 

 

 

José María Gabriel y Galán

Antonio Roldán se sabía de memoria poemas completos de este autor,
especialmente "El embargo", "El ama", "Los dichos del Tío Fabián"
y  "La pedrada".

 
 

LA PEDRADA

I

Cuando pasa el Nazareno
de la túnica morada,
con la frente ensangrentada,
la mirada del Dios bueno
y la soga al cuello echada,

el pecado me tortura,
las entrañas se me anegan
en torrentes de amargura,
y las lágrimas me ciegan,
y me hiere la ternura...

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Yo he nacido en esos llanos
de la estepa castellana,
donde había unos cristianos
que vivían como hermanos
en república cristiana.

Me enseñaron a rezar,
enseñáronme a sentir
y me enseñaron a amar;
y como amar es sufrir,
también aprendía a llorar.

Cuando esta fecha caía
sobre los pobres lugares,
la vida se entristecía,
cerrábanse los hogares
y el pobre templo se abría.

Y detrás del Nazareno
de la frente coronada,
por aquel de espigas lleno
campo dulce, campo ameno
de la aldea sosegada,

los clamores escuchando
de dolientes Misereres,
iban los hombres rezando,
sollozando las mujeres
y los niños observando...

¡Oh, qué dulce, qué sereno
caminaba el Nazareno
por el campo solitario,
de verdura menos lleno
que de abrojos el Calvario!

¡Cuán suave, cuán paciente
caminaba y cuán doliente
con la cruz al hombro echada,
el dolor sobre la frente
y el amor en la mirada!

Y los hombres, abstraídos,
en hileras extendidos,
iban todos emcapados,
con hachones encendidos
y semblantes apagados.

Y enlutadas, apiñadas,
doloridas, angustiadas,
enjugando en las mantillas
las pupilas empañadas
y las húmedas mejillas,

viejecitas y doncellas,
de la imagen por las huellas
santo llanto iban vertiendo...
¡Como aquellas, como aquellas
que a Jesús iban siguiendo!

Y los niños, admirados,
silenciosos, apenados,
presintiendo vagamente
dramas hondos no alcanzados
por el vuelo de la mente,

caminábamos sombríos
junto al dulce Nazareno,
maldiciendo a los Judíos,
«que eran Judas y unos tíos
que mataron al Dios bueno».


II

¡Cuántas veces he llorado
recordando la grandeza
de aquel echo inusitado
que una sublime nobleza
inspiróle a un pecho honrado!

La procesión se movía
con honda calma doliente,
¡Qué triste el sol se ponía!
¡Cómo lloraba la gente!
¡Cómo Jesús se afligía...!

¡Qué voces tan plañideras
el Miserere cantaban!
¡Qué luces, que no alumbraban,
tras las verdes vidrïeras
de los faroles brillaban!

Y aquél sayón inhumano
que al dulce Jesús seguía
con el látigo en la mano,
¡qué feroz cara tenía!
¡qué corazón tan villano!

¡La escena a un tigre ablandara!
Iba a caer el Cordero,
y aquel negro monstruo fiero
iba a cruzarle la cara
con un látigo de acero...

Mas un travieso aldeano,
una precoz criatura
de corazón noble y sano
y alma tan grande y tan pura
como el cielo castellano,

rapazuelo generoso
que al mirarla, silencioso,
sintió la trágica escena,
que le dejó el alma llena
de hondo rencor doloroso,

se sublimó de repente,
se separó de la gente,
cogió un guijarro redondo,
miróle al sayón la frente
con ojos de odio muy hondo,

paróse ante la escultura,
apretó la dentadura,
aseguróse en los pies,
midió con tino la altura,
tendió el brazo de través,

zumbó el proyectil terrible,
sonó un golpe indefinible,
y del infame sayón
cayó botando la horrible
cabezota de cartón.

Los fieles, alborotados
por el terrible suceso,
cercaron al niño airados,
preguntándole admirados:
-¿Por qué, por qué has hecho eso?...

Y él contestaba, agresivo,
con voz de aquellas que llegan
de un alma justa a lo vivo:
-«¡Porque sí; porque le pegan
sin hacer ningún motivo!»


III

Hoy, que con los hombres voy,
viendo a Jesús padecer,
interrogándome estoy:
¿Somos los hombres de hoy
aquellos niños de ayer?


EL AMA

I

Yo aprendí en el hogar en qué se funda
la dicha más perfecta,
y para hacerla mía
quise yo ser como mi padre era
y busqué una mujer como mi madre
entre las hijas de mi hidalga tierra.
Y fui como mi padre, y fue mi esposa
viviente imagen de la madre muerta.
¡Un milagro de Dios, que ver me hizo
otra mujer como la santa aquella!
Compartían mis únicos amores
la amante compañera,
la patria idolatrada,
la casa solariega,
con la heredada historia,
con la heredada hacienda.
¡Qué buena era la esposa
y qué feraz mi tierra!
¡Qué alegre era mi casa
y qué sana mi hacienda,
y con qué solidez estaba unida
la tradición de la honradez a ellas!
Una sencilla labradora, humilde,
hija de oscura castellana aldea;
una mujer trabajadora, honrada,
cristiana, amable, cariñosa y seria,
trocó mi casa en adorable idilio
que no pudo soñar ningún poeta.
¡Oh, cómo se suaviza
el penoso tragín de las faenas
cuando hay amor en casa
y con él mucho pan se amasa en ella
para los pobres que a su sombra vivien,
para los pobres que por ella bregan!
¡Y cuánto lo agradecen, sin decirlo,
y cuánto por la casa se interesan,
y cómo ellos la cuidan,
y cómo Dios la aumenta!
Todo lo pudo la mujer cristiana,
logrólo todo la mujer discreta.
La vida en la alquería
giraba en torno de ella
pacífica y amable,
monótona y serena...
¡Y cómo la alegría y el trabajo
donde está la virtud se compenetran!
Lavando en el regato cristalino
cantaban las mozuelas,
y cantaba en los valles el vaquero,
y cantaban los mozos en las tierras,
y el aguador camino de la fuente,
y el cabrerillo en la pelada cuesta...
¡Y yo también cantaba,
que ella y el campo hiciéronme poeta!
Cantaba el equilibrio
de aquel alma serena
como los anchos cielos,
como los campos de mi amada tierra;
y cantaba también aquellos campos,
los de las pardas, onduladas cuestas,
los de los mares de enceradas mieses,
los de las mudas perspectivas serias,
los de las castas soledades hondas,
los de las grises lontananzas muertas...
El alma se empapaba
en la solemne clásica grandeza
que llenaba los ámbitos abiertos
del cielo y de la tierra.
¡Qué placido el ambiente,
qué tranquilo el paisaje, qué serena
la atmósfera azulada se extendía
por sobre el haz de la llanura inmensa!
La brisa de la tarde
meneaba, amorosa, la alameda,
los zarzales floridos del cercado,
los guindos de la vega,
las mieses de la hoja,
la copa verde de la encina vieja...
¡Monorrítmica música del llano,
qué grato tu sonar, qué dulce era!
La gaita del pastor en la colina
lloraba las tonadas de la tierra,
cargadas de dulzuras,
cargadas de monótonas tristezas,
y dentro del sentido
caían las cadencias
como doradas gotas
de dulce miel que del panal fluyeran.
La vida era solemne;
puro y sereno el pensamiento era;
sosegado el sentir, como las brisas;
mudo y fuerte el amor, mansas las penas,
austeros los placeres,
raigadas las creencias,
sabroso el pan, reparador el sueño,
fácil el bien y pura la conciencia.
¡Qué deseos el alma
tenía de ser buena
y cómo se llenaba de ternura
cuando Dios le decía que lo era!

II

Pero bien se conoce
que ya no vive ella;
el corazón, la vida de la casa
que alegraba el trajín de las tareas,
la mano bienhechora
que con las sales de enseñanzas buenas
amasó tanto pan para los pobres
que regaban, sudando, nuestra hacienda.
¡La vida en la alquería
se tiñó para siempre de tristeza!
Ya no alegran los mozos la besana
con las dulces tonadas de la tierra,
que al paso perezoso de las yuntas
ajustaban sus lánguidas cadencias.
Mudos de casa salen,
mudos pasan el día en sus faenas,
tristes y mudos vuelven
y sin decirse una palabra cenan;
que está el aire de casa
cargado de tristeza,
y palabras y ruidos importunan
la rumia sosegada de las penas.
Y rezamos reunidos el rosario
sin decirnos por quién..., pero es por ella,
que aunque ya no su voz a orar nos llama,
su recuerdo querido nos congrega,
y nos pone el rosario entre los dedos
y las santas plegarias en la lengua.
¡Qué días y qué noches!
¡Con cuánta lentitud las horas ruedan
por encima del alma que está sola
llorando en las tinieblas!
Las sales de mis lágrimas amargan
el pan que me alimenta;
me cansa el movimiento,
me pesan las faenas,
la casa me entristece
y he perdido el cariño de la hacienda.
¡Qué me importan los bienes
si he perdido mi dulce compañera!
¡Qué compasión me tiene mis criados
que ayer me vieron con el alma llena
de alegrías sin fin que rebosaban
y suyas también eran!
Hasta el hosco pastor de mis ganados,
que ha medido la hondura de mi pena,
si llego a su majada
baja los ojos y ni hablar quisiera;
y dice al despedirme: «Ánimo, amo;
"haiga" mucho valor y "haiga pacencia"...»
Y le tiembla la voz cuando lo dice
y se enjuga una lágrima sincera,
que en la manga de la áspera zamarra
temblando se le queda...
¡Me ahogan estas cosas,
me matan de dolor estas escenas!
¡Que me anime, pretende, y él no sabe
que de su choza en la techumbre negra
le he visto yo escondida
la dulce gaita aquélla
que cargaba el sentido de dulzura
y llenaba los aires de cadencias!...
¿Por qué ya no la toca?
¿Por qué los campos su tañer no alegra?
Y el atrevido vaquerillo sano,
que amaba a una mozuela
de aquellas que trajinan en la casa,
¿por qué no ha vuelto a verla?
¿Por qué no canta en los tranquilos valles?
¿Por qué no silba con la misma fuerza?
¿Por qué no quiere restallar la honda?
¿Por qué esta muda la habladorara legua
que al amo le contaba sus sentires
cuando el amo le daba su licencia?
«¡El ama era una santa!»...,
me dicen todos cuando me hablan de ella.
«¡Santa, santa!», me ha dicho
el viejo señor cura de la aldea,
aquel que le pedía
las limosnas secretas
que de tantos hogares ahuyentaban
las hambres y los fríos y las penas.
¡Por eso los mendigos
que llegan a mi puerta
llorando se descubren
y un padrenuestro por el «ama» rezan!
El velo del dolor me ha oscurecido
la luz de la belleza.
Ya no saben hundirse mis pulilas
en la visión serena
de los espacios hondos,
puros y azules, de extensión inmensa.
Ya no sé traducir la poesía,
ni del alma en la médula me entra
la inmensa melodía del silencio
que en la llanura quieta
parece que descansa,
parece que se acuesta.
Será puro el ambiente, como antes,
y la atmósfera azul será serena,
y la brisa amorosa
moverá con sus alas la alameda,
los zarzales floridos,
los guindos de la vega,
las mieses de la hoja,
la copa verde de la encina vieja...
Y mugirán los tristes becerrillos,
lamentando el destete, en la pradera,
y la de alegres recentales dulces
tropa gentil escalará la cuesta
balando plañideros
al pie de las dulcísimas ovejas;
y cantará en el monte la abubilla,
y en los aires la alondra mañanera
seguirá derritiéndose en gorjeos,
musical filigrana de su lengua...
Y la vida solemne de los mundos
seguirá su carrera
monótona, inmutable,
magnífica, serena...
Mas ¿qué me importa todo,
si el vivir de los mundos no me alegra,
ni el ambiente me baña en bienestares,
ni las brisas a música me suenan,
ni el cantar de los pájaros del monte
estimula mi lengua,
ni me mueve a ambición la perspectiva
de la abundante próxima cosecha,
ni el vigor de mis bueyes me envanece,
ni el paso del caballo me recrea,
ni me embriaga el olor de las majadas,
ni con vértigos dulces me deleitan
el perfume del heno que madura
y el perfume del trigo que se encera?
Resbala sobre mí sin agitarme
la dulce poesía en que se impregnan
la llanura sin fin, toda quietudes,
y el magnífico cielo, todo estrellas,
y ya mover no pueden
mi alma de poeta,
ni las de mayo auroras nacarinas
con húmedos vapores en las vegas,
con cánticos de alondra y con efluvios
de rociadas frescas,
ni éstos de otoño atardeceres dulces
de manso resbalar, pura tristeza
de la luz que se muere
y el paisaje borroso que se queja...
ni las noches románticas de julio,
magníficas, espléndidas,
cargadas de silencios rumorosos
y de sanos perfumes de las eras;
noches para el amor, para la rumia
de las grandes ideas,
que a la cumbre al llegar de las alturas
se hermanan y se besan...
¡Cómo tendré yo el alma,
que resbala sobre ella
la dulce poesía de mis campos
como el agua resbala por la piedra!
Vuestra paz era imagen de mi vida,
¡oh campos de mi tierra!
Pero la vida se me puso triste
y su imagen de ahora ya no es esa:
en mi casa, es el frío de mi alcoba,
es el llanto vertido en sus tinieblas;
en el campo, es el árido camino
del barbecho sin fin que amarillea.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Pero yo ya sé hablar como mi madre
y digo como ella
cuando la vida se le puso triste:
«¡Dios lo ha querido así! ¡Bendito sea!»
 

 

 

 

José María Pemán

Fue el único poeta de primera fila con el que Antonio Roldán
mantuvo una breve correspondencia.
Fue el autor del prólogo del libro "A la luz de mis velones".

 
 

FERIA DE ABRIL EN JEREZ

Y es que Andalucía
es una señora de tanta hidalguía
que apenas le importa "lo materiá".

Ella es la inventora de esta fantasía
de comprar y vender y mercar
entre risas, fiestas, coplas y alegría
juntando a la par
negocio y poesía...
La feria es un modo de disimular.

Un modo elegante
de comprar y vender.
Se lo oí decir a un tratante:
—Hay que ser inglés
pa hacer un negocio

poniéndole a un socio
un parte con veinte palabras medías,
que cada palabra cuesta un dinerá.
"Compro vagón muelle cinco tonelás.
Stop. Urge envío..." ¡Qué cursilería!
En Andalucía
con veinte palabras no hay ni pa empezá...
¡Que al trato hay que darle su poco de sá!...

Lo de menos, quizás, es la venta.
Lo de más, es la gracia, el aqué,
y el hacer que no vuelvo y volvé,
y el darle al negocio su sal y pimienta
como debe sé.
Negocio y poesía: ¡Feria de Jerez!
¡Rumbo y elegancia de esta raza vieja
que gasta diez duros en vino y almejas
vendiendo una cosa que no vale tres!

Jerez. El cielo bonito
se viste de oro y añil.
Lo mismo iba Joselito
aquella tarde de abril
en la Maestranza, en Sevilla.
—¿Te acuerdas? — ¡Qué maravilla
de tarde de primavera
llena de luz y de olor!
De allí se fue a Talavera
—¿te acuerdas?— y no volvió...

Pero volvamos al caso.
Móntate a la grupa mía.
No hay en toda Andalucía
caballo de mejor paso
ni de andar más señoril.
Vamos a echarle un vistazo,
niña, a la feria de abril.

¡Qué filosofía
la de aquellos mulos castaños! El lote,
bajo la modorra pesada del día,
parece hecho en barro. Por delante, al trote,
pasa un señorito, cruza un ganadero,
dos coches, un auto... Nada les asombra;
cada uno busca su pizca de sombra
bajo las orejas de su compañero.

Y se empieza el trato.
Pinta un garabato
la vara de "El Coli". Se apoya en el anca.
Saca su pañuelo —verde y raya blanca—,
lo dobla, lo guarda sacando la punta,
tose, escupe, pisa, se para y pregunta:
—¿Cuánto das por ella, Currito Duran?
—De los setecientos no paso un real:
es gacha y rendida sobre el menudillo.
—¿Tienes mal la vista? —La tengo cabal.
—¿No es buena la jaca? —Para un organillo.
—¿Lo dice la envidia?
—La formalidá.
—¿Estás ya pintón?
—Tengo hiperclorhidria.
—Pues ve a Lanjarón...

Y rueda un lejano sonar de cencerros
y un mugir de vacas y un ladrar de perros.
Rebuzna un borrico, grita un mayoral,
se ha escapado un mulo, corren tres gitanos.
La yegua alazana se ha puesto de manos,
y ha encallado un "Austin" en un barrizal.
Zumba un rebullicio, largo y palabrero.
—Mira, tito Jaime. — ¡Parece un inglés!
Y en un alazano pasa, caballero,
con chaqueta corta, don Pedro Domecq el Marqués.
 

Y hay el viejo negro, cenceño y enjuto,
que vende globitos:
y el que a dos reales retrato al minuto,
y el que ofrece flores y el que vende pitos,
y el gitano viejo que olímpicamente,
tratando sus burros, charla, llora y miente
con el gesto grave de un emperador:
ricitos de negra, mirada gatuna,
la cara verdosa como la aceituna
y los dientes blancos como el alcanfor.

Y luego el paseo: la hirviente
cascada de coches y gente
que orlan las barracas.
Gritos, altavoces, tambores, matracas:
—"Pasen, pasen, pasen. Vean la serpiente.
No hay peligro alguno. La entrada, un real."
"Pasen, pasen, pasen. Costumbres de Oriente,
vistas y figuras. No hay nada que atente
contra la moral."
—Y lan, lan-campanas; y tan, tan-tambores
y tarararira trompa y cornetín,
y un puesto de tortas, y un puesto de flores,
y uno de alfileres falsos en serrín;
y gente y más gente
que viene y que va
y una voz chillona que en los caballitos
comenta inocente:
— ¡Qué gusto que da! —;
y voces, y pitos:
"Pase el señorito,
pase el caballero.
Museo de Joselito,
con la muerte de Granero..."

Y un bullicio jaranero
que va y viene y corre y anda,
y el vals de "Luisa Fernanda"
tocado con un trombón
y el quejido largo de un acordeón
y una voz: "El ciego: tened compasión."
Y otra: "Una limosna para el pobre manco..."
Y los cencerritos que en el tiro al blanco
mueven unas tristes vacas de cartón.

Se luce el recluta junto a la niñera
y la mamá obesa vestida de raso
lleva dos de largo y una tobillera.
¡Y qué dialoguillos se cogen al paso!
—¿Y aquella barraca, qué es?
—¿Qué dice el letrero? —Petit Cabaret.
—¿Y el cartel qué pinta? —Pues, una mujer
en malla y camisa.

— ¡Qué desfachatez!
Juana, Paca, Elisa:
pasar más aprisa...
¡Esto no se ha visto jamás en Jerez!

Y así va la feria:
como en una noria,
una, cien, mil veces
pasa el cangilón.
Y así se va el día. La noche ha cerrado.
Llega el farolero, gruñón y cansado,
que viene apagando la iluminación.
Y queda un borracho, que, de lado a lado,
va gritando: " ¡Viva la revolución!"

Pasó el rebullicio, pasó la alegría...
Así son las cosas de esta Andalucía:
la forma brillante
y el fondo vacío;
para poco cante,
muy largo el jipío.

A menos negocio, mayor fantasía,
así son las cosas de esta Andalucía:
más sal que sustancia... ¡Feria de Jerez!
¡ Rumbo y elegancia de esta raza vieja
que gasta diez duros en vino y almejas
vendiendo una cosa que no vale tres!



 

 


 

 

Joaquín y Serafín Álvarez Quintero

Antonio Roldán recitaba a menudo, y citaba alguna estrofa suelta
de su poema "La flor del Jardinero".
Le gustaban también mucho sus obras teatrales.

 

 
LA ROSA DEL JARDINERO

Era un jardín sonriente;
era una tranquila fuente
de cristal;
era, a su borde asomada
una rosa inmaculada
de un rosal.

Era un viejo jardinero
que cuidaba con esmero
del vergel,
y era la rosa un tesoro
de más quilates que el oro
para él.

A la orilla de la fuente
un caballero pasó,
y la rosa dulcemente
de su tallo separó.

Y al notar el jardinero
que faltaba en el rosal,
cantaba así, plañidero,
receloso de su mal:

-Rosa la más delicada
que por mi amor cultivada
nunca fue;
rosa la más encendida
la más fragante y pulida
que cuidé;

blanca estrella que del cielo
curiosa del ver el suelo
resbaló;
a la que una mariposa
de mancharla temerosa
no llegó.

¿Quién te quiere? ¿Quién te llama
por tu bien o por tu mal?
¿Quién te llevó de la rama
que no estás en tu rosal?

¿Tú no sabes que es grosero
el mundo? ¿Que es traicionero
el amor?
¿Que no se aprecia en la vida
la pura miel escondida
en la flor?

¿Bajo qué cielo caíste?
¿A quién tu tesoro diste
virginal?
¿En qué manos te deshojas?
¿Qué aliento quema tus hojas
infernal?

¿Quién te cuida con esmero
como el viejo jardinero
te cuidó?
¿Quién por ti sólo suspira?
¿Quién te quiere? ¿Quién te mira
como yo?

¿Quién te miente que te ama
con fe y con ternura igual?
¿Quién te llevó de la rama,
que no estás en tu rosal?

¿Por qué te fuiste tan pura
de otra vida a la ventura
o al dolor?
¿Qué faltaba a tu recreo?
¿Qué a tu inocente deseo
soñador?

En la fuente limpia y clara
¿espejo que te copiara
no te di?
¿Los pájaros escondidos,
no cantaban en sus nidos
para ti?

¿Cuando era el aire de fuego,
no refresqué con mi riego
tu calor?
¿No te dio mi trato amigo
en las heladas abrigo
protector?

¿Quién para sí te reclama?
¿Te hará bien o te hará mal?
¿Quién te llevó de la rama
que no estás en tu rosal?

......

Así un día y otro día,
entre espinas y entre flores,
el jardinero plañía,
imaginando dolores,
desde aquél en que a la fuente
un caballero llegó,
y la rosa dulcemente
de su tallo separó.
 




 

 

 

José Hernandez - "Martín Fierro"

Su poema "Martín Fierro" estaba siempre situado junto a la mesa
 en la que Antonio escribía sus poemas, y releía sus estrofas frecuentemente.

 

 


“El Gaucho Martín Fierro”

Capítulo I
   1 Aquí me pongo a cantar
al compás de la vigüela,
que el hombre que lo desvela
una pena estrordinaria,
como la ave solitaria
con el cantar se consuela.
   2 Pido a los santos del cielo
que ayuden mi pensamiento:
les pido en este momento
que voy a cantar mi historia
me refresquen la memoria
y aclaren mi entendimiento.
   3 Vengan santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda
que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista
en una ocasión tan ruda.
   4 Yo he visto muchos cantores,
con famas bien otenidas
y que despues de alquiridas
no las quieren sustentar:
parece que sin largar
se cansaron en partidas.
   5 Mas ande otro criollo pasa
Martin Fierro ha de pasar;
nada lo hace recular
ni las fantasmas lo espantan,
y dende que todos cantan
yo tambien quiero cantar.
   6 Cantando me he de morir,
cantando me han de enterrar
y cantando he de llegar
al pie del eterno Padre;
dende el vientre de mi madre
vine a este mundo a cantar.
   7 Que no se trabe mi lengua
ni me falte la palabra;
el cantar mi gloria labra
y, poniéndomé a cantar,
cantando me han de encontrar
aunque la tierra se abra.
   8 Me siento en el plan de un bajo
a cantar un argumento;
como si soplara el viento
hago tiritar los pastos.
Con oros, copas y bastos
juega alli mi pensamiento.
   9 Yo no soy cantor letrao
mas si me pongo a cantar
no tengo cuándo acabar
y me envejezco cantando:
las coplas me van brotando
como agua de manantial.
   10 Con la guitarra en la mano
ni las moscas se me arriman;
naides me pone el pie encima,
y, cuando el pecho se entona,
hago gemir a la prima
y llorar a la bordona.
  

 

11 Yo soy toro en mi rodeo
y torazo en rodeo ajeno;
siempre me tuve por güeno
y si me quieren probar,
salgan otros a cantar
y veremos quién es menos
   12 No me hago al lao de la güeya
aunque vengan degollando;
con los blandos yo soy blando
y soy duro con los duros,
y ninguno en un apuro
me ha visto andar tutubiando.
   13 En el peligro !qué Cristos!
el corazón se me enancha,
pues toda la tierra es cancha,
y de eso naides se asombre;
el que se tiene por hombre
ande quiera hace pata ancha.
   14 Soy gaucho, y entiéndaló
como mi lengua lo esplica:
para mi la tierra es chica
y pudiera ser mayor;
ni la víbora me pica
ni quema mi frente el sol.
   15 Nací como nace el peje
en el fondo de la mar;
naides me puede quitar
aquello que Dios me dio:
lo que al mundo truje yo
del mundo lo he de llevar.
   16 Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro del cielo;
no hago nido en este suelo
ande hay tanto que sufrir,
y naides me ha de seguir
cuando yo remuento el vuelo.
   17 Yo no tengo en el amor
quien me venga con querellas;
como esas aves tan bellas
que saltan de rama en rama,
yo hago en el trébol mi cama,
y me cubren las estrellas.
   18 Y sepan cuantos escuchan
de mis penas el relato
que nunca peleo ni mato
sino por necesidá
y que a tanta alversidá
sólo me arrojó el mal trato.
   19 Y atiendan la relación
que hace un gaucho perseguido,
que padre y marido ha sido
empeñoso y diligente,
y sin embargo la gente
lo tiene por un bandido.  




 

 

Juan Zorrilla De San Martín - "Tabaré"

El conocimiento de este poeta se debió, como el anterior,
a envíos de su amigo en Argentina Plácido Fernández Caminata,
emigrante español y admirador de la poesía de Antonio Roldán.
El libro del poema "Tabaré" también estaba siempre presente en el escritorio del poeta.

 

 

 Tabaré


IX
Cayó la flor al río.
Se ha marchitado, ha muerto.
Ha brotado, en las grietas del sepulcro,
un lirio amarillento.
La madre ya ha sentido
mucho frío en los huesos;
La madre tiene, en torno de los ojos,
amoratado cerco;
Y en el alma la angustia,
y el temblor en los miembros,
y en los brazos el niño, que sonríe,
y en los labios el ruego.
Duerme hijo mío. Mira: entre las ramas
está dormido el viento;
el tigre en el flotante camalote,
y en el nido los pájaros pequeños …
¿Sentís la risa? Caracé, el cacique
ha vuelto ebrio, muy ebrio.
Su esclava estaba pálida, muy pálida…
Hijo y madre ya duermen los dos sueños.
Los párpados del niño se cerraban.
Las sonrisas entre ellos
asomaban apenas, como asoman
las últimas estrellas a lo lejos.
Los párpados caían de la madre,
que, con esfuerzo lento,
pugnaba en vano porque no llegaran
de su pupila al agrandado hueco.
Pugnaba por mirar el indio niño
una vez más al menos;
pero el niño, para ella, poco a poco,
en un nimbo sutil se iba perdiendo.
Parecía alejarse, desprenderse,
resbalar de sus brazos, y, por verlo,
las pupilas inertes de la madre
se dilataban en supremo esfuerzo.


X
Duerme hijo mío. Mira, entre las ramas
está dormido el viento;
el tigre en el flotante camalote,
y en el nido los pájaros pequeños;
hasta en el valle
duermen los ecos.
Duerme. Si al despertar no me encontraras,
yo te hablaré a lo lejos;
una aurora sin sol vendrá a dejarte
entre los labios mi invisible beso;
duerme; me llaman,
concilia el sueño.
Yo formaré crepúsculos azules
para flotar en ellos:
para infundir en tu alma solitaria
la tristeza más dulce de los cielos;
así tu llanto
no será acerbo.
Yo ampararé de aladas melodías
los sauces y los ceibos,
y enseñaré a los pájaros dormidos
a repetir mis cánticos maternos…
El niño duerme,
duerme sonriendo.
La madre lo estrechó; dejó en su frente
una lágrima inmensa, en ella un beso,
y se acostó a morir. Lloró la selva,
y, al entreabrirse, sonreía el cielo.
(Del Canto Sexto del Libro Tercero)

 




 

 

 

 

Antonio Manjón-Cabeza Sánchez

Sobrino del poeta Antonio Roldán y muy querido por éste,
apenas publicó nada hasta que se trasladó a Granada.
Tiene un estilo muy diferente al de su tío, pero éste apreciaba mucho su poesía
y nos recomendaba a los hijos su lectura.
Para todos nosotros era el depositario de la inquietud cultural de otro tío suyo,
Antonio Manjón-Cabeza, excelente director de teatro.

 

“Araceli Santísima si quiero”, incluida en el libro Poemas en Lucena:

Ahora, si quiero y no me ven, puedo
abrir las arcas limítrofes del sueño.

Si quiero ahora y me dejan a solas
puedo enjoyar los dedos en cajas de las joyas,
vestirme de Araceli, la túnica verdosa,
atentamente nocturno pasear las baldosas,
lentamente antesala procesionar las horas.

Basta pisar los fríos, despreciar la almohada, 
andar a los tesoros, abrir las largas cajas.

Ni otro lucentino, ni ninguna otra casa
tienen la misma suerte en tantas madrugadas:
a nada de mi sueño, a poco de la cama
las ropas de Araceli y las joyas guardadas.

 

Visita a Garcilaso.  
                                                             

(Toledo, Iglesia del  Convento de San Pedro Mártir).  

  Si estás, que no estás, y si no estás, que estás,
ánima Garcilaso en la gasa de piedra,
en la venda del mármol.
     Si ardes, que no ardes, si no ardes, que ardes,
líquido Garcilaso aceite de muralla,
inflamable Toledo.
     Si luchas, que no luchas, si no luchas, que luchas,
espada Garcilaso una espada en las manos,
y en las manos un arpa.
     Si amas, que no amas, si no amas, que amas,
lágrima Garcilaso jabato de agua dulce
ensartado en un lirio.
     Pequeñísima iglesia para el son de esta tumba.
     El padre de la luna moja la frente en letras,
besa a qué pero a cuanto, aleja levemente,
y una espada
     puño de claraboya que no rompe tejidos, atraviesa
el lento corazón y lento paso
del que va y no se va, y no se va, y se va.

 

Entusiasmo pueril del 19-9.    
                                                             

(Herido de muerte Garcilaso, nazco yo). 1958.   

  ¿De aquel dardo algo dardo? ¿De aquel dardo
el suspiro? ¿De aquel no prematuro
este gozo infantil, lirio maduro,
pétalo puro, petulante nardo?
¿De la brusca caída el gozo alado?
¿Del buen morir guerrero esta ofensiva?
¿Qué son tres siglos si el afán al lado,
o cuatro siglos, mariposa viva?
     El diecinueve de septiembre era
él malherido cuando yo a las fechas.
¡Entusiasmo pueril de alba y ocaso!
¿Algo nos une porque yo lo quiera?
¿Del dardo matador algo en mis flechas?
¿Yo algo de alguillo algo Garcilaso?




 

 

Juan Soca

Perteneciente a la generación anterior al poeta,
se incluye aquí este poeta egabrense por su presencia implícita
entre todos los aficionados a la poesía del sur de Córdoba.
En este caso particular, también representaba este poeta la emulación entre dos pueblos muy cercanos.

 

LAS PIÑAS


La calle estrecha y torcida
de un pueblecito andaluz.
Luz en el cielo, en la calle;
en los corazones, luz.
Un borriquillo nervioso, garboso,
cargado de verdes piñas,
con las que sueñan y sueñan
todos los niños y niñas.
Y un mozo fuerte y moreno,
con sombrero cordobés.
Se alza el pregón de las piñas,
y los niños y las niñas,
con su boquita de rosa
piden: ¡piñas!, piñas!, piñas!...
Y suena, alegre, el pregón
que les llega al corazón:
Niños y niñas,
llorar por piñas.
Llorar con pena
que el de las piñas
se va a Lucena...
Un enjambre de chiquillos
rodeando al borriquillo,
saltan, gritan,
despiertan a la calleja.
Y una vieja,
pelleja y refunfuñona,
se encara con los chiquillos.
Sigue y sigue el borriquillo,
y vuelve, alegre, el pregón
que les llega al corazón:
Llevo las piñas
con su cabito,
para los niños
chiquirrititos...
Se ha perdido el borriquillo de las piñas.
Ya no suenan los pregones.
Quedan los niños y niñas
más huérfanos de ilusiones.
Bajo el recio sol se apiñan,
refugiados en su pena.
Muy lejos, el pregón suena:
…que el de las piñas
se va a Lucena...
 

 

 

África Pedraza

Contemporánea de Antonio Roldán, aunque más joven,
coincidió con él  en la publicación de poemas en el decenario "Luceria"

Evocación

Dedicatoria a Lucena: Sólo a ti, mandataria de mi destino, quiero ofrecer este olivo de frutos y ramas diversas, donde quedan latiendo mi amor y devoción a tu virgen, a tus gentes, a tu limpia historia y a tu raza.

Cinco aceitunitas sembré en tu tierra galana.
Cinco árboles me has dado, cinco ángeles sin alas.
Cinco velones que alumbran tus calles blancas.
Cinco fuegos que alientan el fondo de mi esperanza...

 

La barca rota

Caracola de la mar por arenas escondida,
¡pobre piedra estremecida en encaje y terciopelo!
nigromante de la aurora y en la noche vencida
por la nota suspendida en los últimos anhelos.
Una tormenta en el agua en la playa te dejaron,
y el adiós que ambiciona larga estela ennegrecida,
sólo silencio y sombra tu soledad pregonaron
para olvidarte después de una lenta amanecida.
Caracola de la mar, mi barca breve y ligera,
mil suspiros en el aire y con el alma perdida,
llora y gime sin consuelo el corazón de madera
en un despojo de olvido y funerales de arena.

 

Madre

Madre mía, yo sé que fuiste bella,
de porte señorial y majestuoso,
y que tu rostro cual ninguno hermoso,
deslumbraba lo mismo que una estrella.
Por ser tan niña, como una centella,
se me esfumó tu rostro luminoso,
y por eso con gesto doloroso
a todos pregunté:¿Cómo era ella?
Y supe que era linda, era graciosa,
demasiado perfecta y armoniosa
para vivir en este ingrato suelo.
Y en plena juventud, llena de galas,
batió un día sus luminosas alas
¡Y se perdió en la inmensidad del cielo.

 

 

 

 

Frasquito Espada

Amigo del poeta, compañero de su hijo y personaje muy popular.
Fue gran aficionado al cante flamenco y cantaor íntimo, a veces sólo para los amigos.
Su gran amor por Lucena le hizo ser pregonero varias veces.
Aquí incluimos un fragmento del que hizo a la Virgen de Araceli.

 

Fragmentos de un pregón a la Virgen de Araceli

Que yo haga tu pregón,
quieren, Madrecita Buena,
como si no hubiera otros,
también hijos de Lucena,
que tienen erudición;
que cantarian tu pureza,
que te dirían piropos,
que hablarían de tu belleza;
que no acabarían nunca,
de proclamar tu grandeza.

...

Hasta ahora soy cobarde;
échame una mano Tú,
al menos, para escribirlo,
dame un rayito de luz.
Esto te pedí aquel día;
hoy te lo vuelvo a pedir:
dame un rayito de luz,
para que pueda cantarte
como lo mereces Tú.

...

Rompiendo el cristal del alba,
una mañana de mayo,
cruzó las mallas del aire,
del sol, un travieso rayo.
Porque la noche anterior,
hablando con sus hermanos,
le dijeron que, ese día,
se levantara temprano.
Que, lo mismo que otros años,
se celebraba en Lucena,
el día de la Patrona,
la Virgen Bendita y Buena.
Como, en un caballo alado,
montó en una nube blanca,
y voló para Lucena
aquella hermosa mañana.
Y observó, desde allá arriba,
lo que en el pueblo pasaba.
Pero...dejaremos el rayito,
observando en su atalaya.
 

 

 

 

Antonio Alcalá Venceslada

Este poeta jienense, famoso por sus estudios sobre el habla andaluza, fue jurado en uno de los premios literarios obtenidos por Antonio Roldán. El encuentro de ambos hizo surgir una simpatía mutua.

 

¡Chitito, pastores!...

¡Chitito, pastores;
que duerme mi bien!
Entrad callandito, pasito, quedito,
que duerme mi niño chiquitín, bonito;
¡no lo despertéis!

Mirando a su Madre,
que se mira en Él,
dormido quedóse
tal como lo veis,
con esa sonrisa
que endulza la miel
y que da a las almas
gozo y placidez.

¡Chitito, pastores;
que duerme mi bien!

Dejad los panderos,
callad el rabel,
Minga, no rechistes
ten cuidado, Ester,
y tú, Micaelilla,
suelta el almirez.
¡Blasillo, no muevas
ruido con los pies!

¡Chitito, pastores;
que duerme mi bien!

No paséis cuidado,
Señor San José,
que sólo venimos
ganosos de ver
al más bello infante
que alumbró mujer:
el que trae al mundo
la luz de la fe.

¡Chitito, pastores;
que duerme mi bien!

Mirad qué boquita,
qué manos, qué pies,
que rizoso pelo,
qué sedosa tez;
mirad esos ojos
que aun cerrados ven,
porque en sí ellos tienen
divino poder...

¡Chitito, pastores;
que duerme mi bien!

Ya vendremos todos
mañana, otra vez,
que esta noche al hato
hemos de volver.
Ahora, que se guarde
mucho ten con ten,
ni chistar siquiera
y ¡ojo con toser!

¡Chitito, pastores;
que duerme mi bien!

Salid callandito, pasito, quedito,
que duerme mi niño chiquito, bonito;
¡no lo despertéis!

A.A.V.


Jaén, diciembre 1951.

 

A una Isabel en su boda con un Rafael

"Las flores del romero
niña Isabel,
hoy son flores azules,
mañana, miel"

Copla del siglo XVI

¡Ensueño deleitoso! Ya anhelante
de puro amor tu corazón rebosa.
Fuiste tierno capullo, hoy eres rosa.
¡Cómo cambia la vida en breve instante!.

Tu dicha encierras en el fiel amanta
que hasta el altar te lleva por esposa
y él te guiará por senda venturosa
como su Arcángel guía al caminante.

Perenne amor, virtud acrisolada,
tranquila paz que ahuyente sinsabores:
con ello, y puesto en alto la mirada

hacia aquel que es Amor de los amores,
la Cruz del Matrimonio, tan pesada,
será para vosotros Cruz de flores.

Antonio Alcalá Venceslada
 

 

 

José Luis Palma Gámiz

Eminente cardiólogo lucentino y protagonista directo de la Transición española. Hijo de D. Juan Palma Garzón, tan amigo del poeta. Ha cultivado la literatura en sus facetas de novela y ensayo histórico, y buscando en la Red hemos descubierto algunas poesías suyas muy interesantes

        LA DANZA

A la luz de los candiles
entre sombras afiladas,
el silencio se despierta
con tres golpes de guitarra.
Y una soleá en el viento,
y un solo cuerpo que baila,
y un sueño que se desvela
para hacer la noche larga,
mientras las gitanas viejas
con agujas cinceladas
bordan con seda las batas,
para que sus mil volantes
desplieguen fuertes las alas.

Lloran los bordones roncos
la prima gime enlutada,
las palmas se han hecho íntimas
y los suspiros espadas,
cuando sus brazos se encienden
en dos antorchas quebradas
como alondras abatidas
presas de plomo de caza.

Sus muslos; montes de cobre,
marcan el vuelo a su falda.
Los valles de sus caderas,
como cajas de guitarra,
hacen remover al viento
las candelas de su enagua,
mientras que su pecho sierra
de aguardiente y mermelada
rezuma aceite y limón
por la boca y la garganta.

Sus dos pies; cristal de roca,
van repicando en campanas
que me suenan a mezquitas
y a fuentes de las alhambras. 
Y en sus manos los palillos,
y en el ambiente la magia,
componen la sinfonía
de la danza milenaria
que baila la Andalucía
de Antonio y Carmen Amaya.

No sigas Blanca del Rey.
No me apuntes con la daga
que se escapa de tus ojos
y se clava en mis entrañas, 
que cuando rompes tu cuerpo
con la copla y la guitarra
se te muda hasta el color
de la luz de tu mirada.
Y en mi corazón la angustia,
y en mi boca la palabra
me sabe a azahar de Córdoba
que es tu tierra y es mi patria.

 José L. Palma (1996)

 


 

EN EL CENTENARIO DE FEDERICO GARCÍA LORCA

Donde las rosas marchitas
fueron ayer enterradas,
hoy cavan duras piquetas 
los torvos gallos del alba,
mientras por el monte oscuro
todo fuego y todo agua
baja Federico, triste, 
dentro de su pena amarga.

Va conducido entre bueyes
que visten por cuerno, espadas,
con los charoles enhiestos
que llenan sus entresijos
con sesos de calabaza.

Soledad de los Montoya,
la Camborio más gitana,
la de trenzas en guirnalda
y caderas de garrafa,
va siguiéndole los pasos
entre sueños de baranda,
con lágrimas en los ojos 
y la sangre en su garganta.

Sus firmes muslos se aferran 
a la potranca de nácar,
la de cascos renegridos,
la de crin de estopa blanca.
Va llorando Soledad
su soledad más gitana,
lágrimas de cascabel
con el regusto de albahaca,
tiñendo el campo de hiel
y de dolor la mañana.

¡Ay Federico García!
¿pero qué han hecho de ti?
¿por qué han quebrado tu talle?
tu fina estampa serrana,
voz de clavel varonil
que cantaba 
siquiriyas
en las noches que amasabas
tu aceituna y tu jazmín
por los bordos de amapolas,
ahora negros crisantemos,
de la vega del Genil.


Hoy las fuentes manan sangres, 
sangres de Benamejí,
que no son sangres de Heredias
que es blanca leche de mí, 
de mis pechos desgarrados
que están llorando tu muerte
poeta de los gitanos
lejos del Guadalquivir.

No te asustes Federico
no contengas el aliento
mira a la luna que brilla,
la muerte es solo un momento
que te lleva a ningún sitio
que te junta con tus muertos.

En las arenas del cielo
con sus toros de Guisando
Ignacio espera impaciente
para oír tu último canto
y así pintarte en el aire 
molinetes y verónicas
de franela y palisandro.
Y Antonio Torres Heredia,
el que fue de los Camborio
su gitano de tragedia,
el de la vara de mimbre
que contigo iba a los toros,
ya está adornando el camino
que te llevará glorioso,
a los cármenes de azúcar
donde suenan caracolas
en las fuentes y los pozos.

Soledad,
¡No me abandones
en las aguas de este río!
Soledad,
¡mira mis ojos,
muerde mi pecho vacío!
Soledad 
besa mi boca
con tus labios de jacinto; 
Soledad de los Montoya,
soledad de mi delirio,
soledad de los gitanos
que huyen por el monte frío.
Soledad
hunde tu boca
en mi pecho sin sentido
clava en mi frente tu faca
mete tu lengua en mi oído
lava mi cuerpo en tu alcoba
Soledad,
¡por Dios Bendito!
Soledad 
¡no lo consientas!
¡Tápame bajo tu ropa!
¡Cúbreme con tu corpiño!
No permitas que lo hagan
no dejes que me 
afusilen

cuatro cabrones de tropa
y un general malnacido.

En las últimas esquinas,
de sus calles de Granada,
tornó sus ojos vencidos
por la angustia derramada,
para pedirle a la luna
que en su amor de fría plata
siga alumbrando a la Alhambra
y que siga enamorada
que el sol tiene allí su casa,
que allí vivió sus amores
de azucenas y esmeraldas
que allí suben las Manolas, 
las de la calle de Elvira
que mira a Sierra Nevada,
las que se mueren de amor
entre palomas y alondras,
las que pasean su dolor
por el Darro envuelto en olas,
las que lloran en la sombra,
las cuatro y las tres Manolas
las tres y las cuatro solas.

El horizonte de perros
que ladran lejos del río
le hacen revivir las noches 
de sus amores perdidos,
con las mozuelas casadas
de suaves pechos de lirio
de pieles de caracolas, 
de brazos adormecidos
de muslos que se desbocan 
como peces sorprendidos,
corriendo locos de amor
sin bridas y sin estribos.

Lleva sus brazos abiertos
abrazando al infinito,
lleva sus ojos cerrados
con la Granada que ha visto,
que hoy, ni el sol en la Alhambra,
ni la luna entre sus mirtos,
brillan como la palabra
que cantaba Federico.

¿Eran cinco de la tarde...?
o ¿fueron cinco los tiros
que dejaron tiritando 
sus verdes carnes de olivo
en besanas andaluzas,
con rejones enclavados
en su pecho adolorido?

Y la luna que se iba
del amanecer umbrío 
volvió sus ojos llorosos
a los campos de los tiros,
donde cuernos de hojalata
se tiñen rojos de vino,
desparramando inocentes,
sangre y voz de Federico.

José L. Palma  (Verano. 1998)



 



 

 

 

José Garzón Durán

Era director del Instituto Laboral de Lucena cuando se inició la publicación del libro de Antonio Roldán "A la luz de mis velones", y colaboró en la selección previa de los poemas y en la preparación de la edición. Al igual que en el caso anterior, hemos descubierto su obra poética navegando por Internet.

 

A MARI_CARMEN 


¿Cuantos años tienes?. ¡Que más da!
¿Tantos como rosas frescas
del más cuajado rosal?
¿Tantos como flores tiene
el almendro al despertar?
¿Tantos como borbotones
de agua da el manantial?

¿Que te importa?. ¡Que más da! 
Los años, hay quien los mide
por las hojas del calendario al cortar;
hay quien cuenta por achaques;
hay quien los mira pasar
como el agua descolgada
de los bordes del glaciar.

¿Que te importa?. ¡Que más da! 
Deja que los años sigan
su camino hasta el final
Olvídate de contarlos,
no te importe, será igual,
si tu corazón mantiene
tu sonrisa de cristal.

¿Que te importa?. ¡Que más da! 
Pero...¿donde el jardinero está?
¿Por que no escucha tu alma?
¿Por que no siente tu afán?
¿Por que no viene a buscar
el amor que desparramas
como perfume de azahar?

¿Cuantos años?. ¡Que más dá! 
Tus años son los que son,
ni uno menos, ni uno más,
son como un capullo en flor
a punto de reventar.
Cuando llegue el jardinero
tu corazón lo sabrá.



VAGABUNDO 


El se sabía el sendero
que llevaba hasta la estrella
y se marchó peregrino
del cielo por los caminos
que llevaban hasta ella 
¿Donde lo aprendió?. No sé.
 ¿Acaso de unos pastores
en la gruta de Belén?
¿O tal vez los querubines
a escondidas del Buen Dios
le enseñaron la vereda
que le acercaba al Señor? 
¿Donde lo aprendió?. No se.
¿Quizá debajo del puente
mientras contemplaba el río
que arrastraba en la corriente
hojas del árbol caído?.
¿Junto al borde de la fuente
donde se paró a beber
y en el espejo del agua
lo escribieron para él?. 
¿Donde lo aprendió?. No se.
 ¿En polvorientos caminos
perdidos en la llanura
que recorrió a la ventura
en su marchar sin destino?
¿En el tope de un vagón
cuando sentado a horcajadas
por equipaje llevaba
un mendrugo en su zurrón?. 
¿Donde lo aprendió?. No se.
 ¿Fue en el borde de la acera
cuando miraba al pasar
con agonías de tiempo
al hombre de la ciudad?.
¿Fue junto al fuego encendido
en una noche invernal
en un callejón perdido
de algún remoto arrabal? 
¿Donde lo aprendió?. No se.
 Seguro que lo aprendió
en algún rayo de sol,
en la sonrisa de un niño,
o en el aire perfumado
de los rosales en flor.